Los monstruos no tienen género.
Los monstruos no tienen género. Aunque gramaticalmente sea un sustantivo común, concreto, masculino y plural. Los monstruos no tienen género. Cuando conoces un monstruo, cuando lo sientes, cuando te hace daño, entiendes realmente que la maldad no tiene una distinción de especie.
Yo he conocido algunos monstruos. En primera y en tercera persona, cada uno con sus métodos. Los que yo conocí me han hecho mucho daño. Los monstruos mienten. Los monstruos humillan. Los monstruos te manipulan la realidad para que veas lo que ellos quieren ver. Los monstruos te insultan. Los monstruos te amenazan. Los monstruos te levantan la mano. Los monstruos te hacen sentir la persona más insignificante que puede existir, te machacan con comentarios, gestos diarios que deterioran tu imagen hasta el punto de no ser capaz de mirarte al espejo sin sentir asco. Los monstruos te hacen sentir la frustración de que no eres suficiente, que por mucho que te esfuerces, por mucho amor que tengas para dar, por mucho afán en satisfacerles que pongas, van a infravalorarlo hasta lo máximo. Los monstruos van a hacerte sentir que no eres merecedor de cariño. Te meterán en la cabeza que cada perjuicio que has sufrido, es algo por lo que has hecho méritos para recibir.
Los monstruos van a hacer todo lo posible para bajarte del trono. Todos somos (o deberíamos de ser) los reyes y reinas de nosotros mismos. Pero los monstruos se aprovechan de nuestras debilidades, tienen algún poder para verlo, o cuando decidimos confiar en ellos, contarles dónde están nuestras heridas, nuestras cicatrices, deciden deshacer tus suturas, te arrancan las postillas que tanto tiempo te costó sanar para volver a clavarte una daga, más grande o más pequeña, a veces incluso oxidada. Porque los monstruos se alimentan de eso: tienen tantas heridas dentro que sólo les consuela hacer sangrar a los demás. Un día les bajaron del trono, y decidieron que en vez de sanar, mejorar, hacer lo posible para volver a sentirse los reyes de ellos mismos, la solución para el poco amor que sentían por sí mismos, era que los demás nos bajásemos de nuestros tronos.
Es difícil subir al trono cuando te bajan a las mazmorras del castillo y te atan ahí con grilletes, sin parar de sentir cómo todas esas dagas disfrazadas de inseguridad se te van clavando una a una y te destrozan cada día más. Pero tienes que hacerlo. Un día te despiertas y te cansas de sentir dolor. Un día te despiertas del hechizo de los monstruos, y aunque tengas toda tu ropa deshilachada, aunque se vean las magulladuras de tu interior, lo haces por ti. Habrá días que subas los escalones de dos en dos. Otros harás un esfuerzo sobrenatural para simplemente poder mantenerte en pie. A veces parece que nunca vas a volver a tu trono. Pero si no subes tú, nadie va a subirte, aunque hagan muchos esfuerzos, te lancen una escalera y tiren de ti, si no te agarras y sigues subiendo, volverás a caer.
Los monstruos no tienen género. Aunque gramaticalmente sea un sustantivo común, concreto, masculino y plural. Los monstruos no tienen género, porque igual que existen monstruos, masculinos y femeninos, existen príncipes y princesas. Personas que llegan a nuestra vida y saben ver que estamos sentados en el trono. Que saben apreciar lo rey o reina que eres, que te aúpan para seguir ahí. Que comparten contigo, te miman, te cuidan, te quieren. Los príncipes y las princesas de nuestras vidas no son perfectos, porque nadie lo es. Pero sabrán recular de cada error, te pedirán perdón y serán consientes del daño que te hayan podido hacer, y con tu propio trabajo, te pondrán las tiritas que puedan poner para que no te bajes del trono. A veces los príncipes y princesas llegan a nuestra vida antes de que hayamos conseguido llegar al trono, y serán una fuerza que nos impulse a subir, que nos inspire a ascender a la mejor versión de nosotros mismos.
Los monstruos no tienen género. A los monstruos, antes o después, se les acaba venciendo.
Comentarios
Publicar un comentario