Amanecer.


Abro el armario y veo el vestido dorado que me había comprado para aquel fin de año. Lo descuelgo y me lo pongo por encima frente al espejo. ‹‹Me veo un poco más gorda. ›› Pienso. Pero decido deshacerme del pijama y ponérmelo. Soy una persona con una memoria especial para recordar qué llevaba puesto en días especiales. Como si ese outfit fuera algo imprescindible para entender el suceso. Y no sé si realmente es imprescindible, pero sí me hace recordar una y otra vez las veces anteriores que me he puesto esa prenda cada vez que la vuelvo a poner. Y mientras me subo la cremallera en el lateral izquierdo, me viene a la mente las risas y las prisas de otras manos al bajármela…

Me siento en el tocador. Algún día de estos debería de ordenar un poco y retirar todo el maquillaje que ya no uso o que directamente ya no tiene más vida útil más allá de que me pueda salir un sarpullido por tanto tiempo desde que lo compré. Pero ese día no iba a ser hoy. Cojo el neceser y rebusco esa barra. La roja que tira a granate, como una copita de un Rioja. Esa que tantas veces me ha esparcido por la cara comiéndome la boca a besos, llenándose él también de ella y que luego yo siempre le limpiaba como si se tratase de un niño que se había dejado el bigotillo de beber batido de chocolate. ‹‹Éramos muy intensos. ›› Me digo mientras lanzo un suspiro entrecortado después de una carcajada. Me llevo la barra a la boca y me la aplico. Cojo el rímel y el delineador de ojos, para repasar mis pestañas. Y mis ojos ceden al maquillaje felino que acostumbraba a hacerme cada noche de sábado que terminaba un domingo por la mañana.

Me levanto y vuelvo a mirarme en el espejo. Y veo a una mujer distinta a la que encontró aquel día, aquellos días. Veo a una mujer fuerte, decidida. Que decidió ir curando las heridas poco a poco, que alguna vez se arrancó la costra de golpe en un intento de sanación desesperada y que aunque volvió a abrirse la herida otra vez, acabó cediendo y dejando de consultar distintas clases de apósitos y tiritas, para permitir obrar al mejor medicamento: el tiempo. El que al final puso todo en su lugar, el lugar en el que quería estar. 


Comentarios

  1. Qué bueno que estés donde quieres estar!

    ResponderEliminar
  2. Es la primera vez que leo tu blog. Me alegro mucho de que hayas dejado al tiempo hacer su trabajo sobre tus heridas. Siento que lo hayas tenido que pasar mal pero piensa que de cada tragedia uno siempre sale más fuerte y más sabio, como wl marinero que atraviesa una tormenta.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Balance anual.

Los monstruos no tienen género.